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Amaren Eguna.

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  Ni una lágrima solté, hasta que tú llegaste y me abrazaste. Ni una lágrima, no tuve tiempo. Desde que empezaron las contracciones, estuve muy ocupada haciendo mi trabajo, traer a mi bebé al mundo. Respira, sostén el aire, empuja. Jadea, jadea, jadea. Respira, sostén el aire, empuja. Y luego, cuando por fin nació, yo estaba demasiado cansada para cualquier otra emoción. Entonces llegaste y me abrazaste. Y algo se deshizo en mi pecho. Un nudo. Cayó una barrera, como si hubieses pulsado el botón que liberaba la presa. Me abracé a ti llorando, y llorando juntas estuvimos un buen rato. No sólo acababa de convertirme en mamá, sino que, por primera vez, tuve la sensación clarividente de ver en ti a la mujer. No la entelequia, la madre, ese ser casi supremo, omnisciente, una diosa para sus niños; sino a la mujer, con sus sueños, sus deseos y sus miedos. La que un día decidió tener un bebé y enfrentarse a lo desconocido. La que tuvo que renunciar a muchas cosas por cuidar de sus retoñ...

Carta desde el tren

¡Buenos días, mi vida!  Te he buscado ansiosa en la estación esta mañana, pero no estabas en el andén. Cuando ha llegado el tren, me he vuelto a mirar otra vez a la puerta giratoria, por si aparecías con ese revuelo tan tuyo de la mochila mal colgada de un hombro y las partituras bajo el brazo luchando por no caer, mientras rebuscas en el bolsillo para encontrar el pase. Pero nada, no había señales de ti.  Siempre procuro sentarme junto a la ventanilla, para ver la vida zumbando en el camino. Me gusta viajar en tren cuando el día es soleado y el traqueteo me adormece. Hoy el vagón iba medio vacío y entraba el sol claro de primera hora de la mañana, así que me he arrellanado en mi asiento, dispuesta a pensarte, con el pelo revuelto sobre los ojos y el botón de la camisa mal abrochado, con ese aspecto de desastre que me tiene enamorada.  ¡Mi gozo en un pozo! Dos asientos más allá, una mujer gritaba su frustración al teléfono móvil y no nos dejaba dormitar en ese silencio re...

Beppo Barrendero

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La vida, según Beppo Barrendero ("Momo", Michael Ende) “¿Ves, Momo? A veces tienes ante ti una calle que te parece terriblemente larga que nunca podrás terminar de barrer. Entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle sigue igual de larga y te esfuerzas más aún, empiezas a tener miedo, al final te has quedado sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer. Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Entonces es divertido, eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De repente, se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se queda sin aliento.(…)” Ahora mismo estoy en "modo Beppo Barrendero". Es difícil seguir siendo positiva y mantener un equilibrio entre estar informada y...

De tres en tres

Dicen que las cosas buenas vienen de tres en tres y así me ha ocurrido: otra alumna más (y una especial) para el viaje a Devon; un reencuentro con una persona a la que no veía desde hacía casi 20 años, a pesar de que vive en Bilbao; y lo que más ilusión me ha hecho, aunque sea una pequeña tontería: hoy he visto mi Forito, el Duendemóvil; el primer coche que yo me compré, allá por 1994. Un Ford Fiesta azul centauro, matrícula BI 9711 BS. Al principio me he acercado incrédula, al final casi lo abrazo de alegría. Ha sido como encontrarse con un antiguo amante, uno de esos que no te explicas muy bien por qué dejaste, porque sólo puedes recordar los buenos ratos, porque te dejó buen sabor de boca, porque podrías reanudar la historia de amor sin más dilación, como si no hubiese pasado el tiempo. En el Día Internacional del Beso he recibido muchos de amigos y amigas con los que me reencontraba hoy, pero la única sombra del día ha sido que me he enterado tarde, porque si no... no se libra ni...

Confieso

  Recuerdo la primera vez que fui consciente, con estupor, de que una reacción mía, que a mí me pareció tan natural, tan normal,  había levantado ampollas provocando una respuesta inesperada: Un chico me preguntó por una amiga común y yo contesté que aquel fin de semana no había venido con el resto de amigas, que se había quedado en Bilbao. Él llamó a casa de ella (eran los tiempos prehistóricos en los que no había móviles) y ella no estaba, tenía plan B.  Aquello trastocó el finde de mi amiga; interrogatorio paterno y demás. Resultó que la culpa la tenía yo, por no haber puesto cara de tonta y haber dicho "no sé" cuando me preguntaron. Juro y rejuro que no se me ocurrió pensar que aquello era alto secreto. Veintitantos años después, vuelvo a sentirme así, aunque por otra razón. Al final voy a tener que admitir que la culpa es mía, que desconozco totalmente el significado de la palabra discreción, que soy una bocas y no sé cuántos cargos más de los que me sie...