Carta desde el tren


¡Buenos días, mi vida!

 Te he buscado ansiosa en la estación esta mañana, pero no estabas en el andén. Cuando ha llegado el tren, me he vuelto a mirar otra vez a la puerta giratoria, por si aparecías con ese revuelo tan tuyo de la mochila mal colgada de un hombro y las partituras bajo el brazo luchando por no caer, mientras rebuscas en el bolsillo para encontrar el pase. Pero nada, no había señales de ti.
 Siempre procuro sentarme junto a la ventanilla, para ver la vida zumbando en el camino. Me gusta viajar en tren cuando el día es soleado y el traqueteo me adormece. Hoy el vagón iba medio vacío y entraba el sol claro de primera hora de la mañana, así que me he arrellanado en mi asiento, dispuesta a pensarte, con el pelo revuelto sobre los ojos y el botón de la camisa mal abrochado, con ese aspecto de desastre que me tiene enamorada. 
¡Mi gozo en un pozo! Dos asientos más allá, una mujer gritaba su frustración al teléfono móvil y no nos dejaba dormitar en ese silencio reparador de las mañanas, cuando aún no hemos despertado del todo y nos concentramos en conservar el calorcito de la cama y el olor delicioso del café del desayuno. ¡Cuánto añoro los viejos teléfonos fijos, los vintage, que no nos perseguían por playas, montes, andenes y ensoñaciones varias! No podía fantasear con que estabas sentado en el asiento de enfrente, con los ojos cerrados y moviendo los labios al compás de una canción que sólo suena en tu cabeza, inaudible para todos los demás.
He tratado de concentrarme en el paisaje; es hermoso sentir cómo se asoma a mi interior y forma para siempre parte de mí, que soy un tercio de deseos, un poquito de esperanza y un reguero de recuerdos. Mi otro pasatiempo favorito (sí, has leído bien: el “otro”) es mirar a las casas e imaginar las gentes que viven allí, sus gustos, sus idas y venidas; observar los coches e inventarme por qué están en marcha: van a un examen, o a una entrevista de trabajo, o tal vez acuden al hospital a visitar a un familiar. O tal vez solamente van al supermercado, a por suministros que rellenen la nevera, porque al abrirla hace eco de vacía que está.
Por si te lo estabas preguntando, mi pasatiempo favorito, el principal (casi el único), eres tú. Mi cabeza siempre vuelve a ti, por mucho que quiera pensar en otras cosas. Y eso que la mujer enojada sigue gritándole al teléfono y tiene pasmado al hombre que se sienta dos filas delante de ella. Es difícil pensar cuando sólo oyes reproches a tantos decibelios. Siento pena por la persona al otro lado del teléfono. Alivio por ti, porque los insultos a voz en grito no te interrumpirán cuando solfees tu canción para tus adentros. Compasión por la chavalita de pelo larguísimo y falda minúscula que se sienta frente a la chillona. Ni con cascos puede escapar de tanta rabia escupida al aparato.
Por fin llegamos. Una pareja de cierta edad se reúne en el andén con un abrazo y un beso tiernos, haciendo gala de su amor sin importarles el mundo alrededor; y me hacen sonreír pensando en que podríamos haber sido nosotros. Podríamos... pero eso no ocurrirá jamás. De pronto me ha venido a la mente. Un destello, la comprensión total. Mañana me volveré a sumergir en la ignorancia y la oscuridad, hasta el próximo relámpago de inteligencia. Tranquilo, va dejando de doler, poquito a poco...
A pesar de recordar que no cogerías hoy el tren (ni mañana. Ni la semana que viene. Ya no. Ya nunca.); a pesar de saber que últimamente sólo vives en mi cabeza, en mis recuerdos, en mi imaginación; de pronto me he sentido extrañamente viva. Y vivir me ha sabido a regalo.
Al entrar en la estación, mi equipaje de sensaciones me ha hecho sentir como una reina, como una estrella de Hollywood. Menos mal que es liviano, porque ni todos los mozos de cuerda podrían acarrearlo.
Creo que es por eso que, siempre que subo a un tren, sonrío al anticipar mi dulce victoria sobre los pensamientos negros y los huecos en mi pecho, por los que se me cuela la tristeza de vez en cuando.
A veces siento el traqueteo acunándome con mimo, en la Avenida del Sueño, a medio camino entre la Plaza de la Vigilia y la Estación de Morfeo.
Un beso, amor mío. Hasta siempre.

Tu garabato

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