Luna
Entonces no había móviles, por lo que íbamos mirando hacia adelante, a los lados, a las personas con las que nos cruzábamos, de vez en cuando hacía el cielo, para observar las estrellas.
Yo iba tarareando una melodía, andando casi a saltitos. Supongo que iba contenta, imagino que habría visto al chico que me gustaba, no lo recuerdo bien.
Y de pronto, entre dos edificios, sobre la montaña del fondo, apareció la luna, tan grande, que parecía que se iba a precipitar sobre nosotros. Me quedé clavada en el sitio, se me cerraron los pulmones de la impresión y pensé que caería al suelo.
El mundo se paró por unos instantes. Sólo existíamos ella y yo. Ella, una diosa, yo su esclava, rendida a su belleza y a lo ambiguo de mis sensaciones, a medio camino entre la admiración y el miedo.
Enseguida conseguí volver a respirar, pero me quedé allí, en pie, quieta, durante un buen rato. Observando aquella maravilla, consciente de estar viviendo un momento único y probablemente irrepetible.
La luna me fascinó aquella noche y me convertí en una ferviente adoradora. Aquella grandiosidad, aquel misterio, aquella atracción... nunca me han abandonado.
Muchas noches sueño con aquella luna gigante y cada noche de luna llena alzó la vista al cielo, escudriño el horizonte en la hora mágica en que la luna comienza a asomar tras las montañas.
Siempre espero volver a ser testigo privilegiada de su inmensidad y la llamo quedamente: "Selene..."
Y como buena Tauro, me canto a mí misma lo de "ese toro enamorado de la luna..."
📷 Iñigo Bilbao Fotografía
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