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El árbol de Nora

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Nora quería un árbol, para anidar entre sus ramas, en una caseta que albergase sus juegos. Cada mañana se despertaba pensando en su árbol y en cómo construiría la chabola. Tenía muchas ideas y desbordaba creatividad por los cuatro costados. Lo tenía todo pensado, muy bien planeado. Sólo le faltaba el árbol. Lo buscó por los parques y las plazas de su ciudad, pero no encontró ninguno adecuado. Algunos tenían ramas descarnadas que no ofrecían abrigo ni refugio. Otros eran tan altos que la caseta parecería un rascacielos inclemente. Unos cuantos más estaban en plazas en las que no había niños con los que asaltar barcos desde la chabola reconvertida en buque corsario para la ocasión. Nora escribió al alcalde y le explicó lo importante que era tener un árbol en su plaza, para vivir en la caseta que ella construiría mil y una aventuras. Aquel árbol sería un castillo inexpugnable, un submarino amarillo, o tal vez multicolor, un cohete surcando el espacio hasta Marte, un hospital de campaña, u...

Sigue andando

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Han quedado en la nevera, olvidados, dos tarritos de arroz con leche. Tintinean, cada vez que la abro. Desde que era niña, ha sido mi postre favorito, pero hoy no me apetece. De hecho, sólo pensarlo me da vuelta al estómago. Hace mucho calor esta noche, creo que dejaré la ventana abierta. Tengo que pasar por la farmacia a comprar las pastillas para dormir, a mí nunca me ha funcionado lo de contar ovejitas. ¡Leeré un libro!. Al menos, si me pilla el alba con él entre las manos, habré vivido otras vidas. Habré tenido otros sueños y puede que llegue a conocer un final feliz. Y no, no hablo de sexo. Hoy todo me sabe a corcho. La tortilla de patata de Amaia, que normalmente me sabe a gloria, hoy sabe a tedio, a bucle en el tiempo. Ojalá se desate una tormenta. Ojalá se levante un viento vigoroso y los goterones azoten las ventanas con saña, para acunarme entre tanto estrépito. Que quede un aire limpio para que, cuando el despertador suene a las 6 de la mañana, no sea tan difícil respirar. R...

Una tarde perezosa

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Un momento suspendido en el tiempo, un paréntesis, un oasis de tranquilidad. Aspiro el olor a café y a canela con fruición. Sentada en un banquito de madera pintada de blanco, guarecida de la llovizna y la luz gris, mortecina. Sólo unos minutos para parar, escuchar a los pájaros y degustar el café que Carlos prepara tan rico. Con leche de soja, estevia y canela, como a mí me gusta. Ya sabe cómo prepararlo, no tengo más que asentir cuando asomo por la puerta de la taberna. Los eucaliptos del parque hoy no dan sombra a la Facultad, pero su olor fresco y penetrante me llega a pesar de los tubos de escape. No sé el nombre de los otros árboles del parque. Voy a tener que comprar un libro con ilustraciones e ir identificándolos uno a uno. Es un buen plan para una tarde perezosa. Cuántas ganas tengo de una tarde perezosa. Sólo los árboles, el banquito blanco, y un café con leche de soja y canela.

Menudos jueces...

6 DE FEBRERO 2009 Indignada estoy desde que el otro día escuché en la radio que un juez de Cataluña (perdón, pero no recuerdo la provincia exactamente) ha decidido que la actual pareja de un padre separado contribuya a pagar la pensión alimenticia de la hija de éste. A ver; yo me casé con un hombre divorciado, padre de dos niños, y condicioné mi vida, porque tienes que buscar un determinado tipo de vivienda, tienes que alimentar dos bocas más cuando les toca visita (y por si alguien no lo ha calculado, son 90 días al año, o sea, unos 3 meses, eso sí, sin dejar de pagar la pensión mensual, ni siquiera el mes de vacaciones que pasan con nosotros), tienes que participar en gastos extra como el dentista, etc, ... con lo que la economía común de la pareja está limitada por todos estos condicionantes. Hasta aquí, de acuerdo; yo sabía lo que podía esperar, y más teniendo en cuenta que somos humildes trabajadores con dos sueldos de risa. Pero ahora me imagino yo el caso de esta pareja catalana...

Con una sonrisa

Ayer entré en un bar por la tarde a tomar un pincho. Una duendecita de dos años pululaba por entre las piernas de los clientes, camino de la puerta; pensé que salía detrás de un chico que sería su padre. Al ir hacia el fondo, me encontré con una mujer con deficiencia visual, se notaba que de un ojo no veía, lo tenía velado; ella  y dos niños de 5 o 6 años buscaban ansiosos entre las mesas, en el baño... Le indiqué que la peque iba hacia la salida y la interceptaron a tiempo. Me fijé entonces en que había otra mujer con otro niño de unos 2 años. Esta era ciega y tenía con ella a su perro lazarillo. Una vez recuperada la nena y pasado el susto, las dos mujeres aleccionaron a los mayores: "Tú siempre al lado de amatxu, ¿eh, cariño?". Y siguieron tomando su café. Me quedé pensativa e impresionada por la fuerza de estas mujeres, porque no se habían escudado en su deficiencia para esconderse de la vida y del mundo; no se habían quedado en casa o aisladas. Habían salido a tomar un c...