El árbol de Nora

Nora quería un árbol, para anidar entre sus ramas, en una caseta que albergase sus juegos. Cada mañana se despertaba pensando en su árbol y en cómo construiría la chabola. Tenía muchas ideas y desbordaba creatividad por los cuatro costados.

Lo tenía todo pensado, muy bien planeado. Sólo le faltaba el árbol. Lo buscó por los parques y las plazas de su ciudad, pero no encontró ninguno adecuado. Algunos tenían ramas descarnadas que no ofrecían abrigo ni refugio. Otros eran tan altos que la caseta parecería un rascacielos inclemente. Unos cuantos más estaban en plazas en las que no había niños con los que asaltar barcos desde la chabola reconvertida en buque corsario para la ocasión.

Nora escribió al alcalde y le explicó lo importante que era tener un árbol en su plaza, para vivir en la caseta que ella construiría mil y una aventuras. Aquel árbol sería un castillo inexpugnable, un submarino amarillo, o tal vez multicolor, un cohete surcando el espacio hasta Marte, un hospital de campaña, una biblioteca improvisada, un supermercado que solo acepta el pago en piedrecitas, hojas y plumas de pájaros despistados...

La secretaria del alcalde le contestó, muy diplomáticamente, acerca de lo imposible de cumplir su petición. Nora se quedó muy triste, viendo que su árbol solo viviría en su imaginación.

Nora tiene unos ojos enormes que abre mucho, como queriendo absorber todo lo que ve. Unos faros luminosos que rezuman emoción. Parece que el alma pugna por escaparse por ellos, como si fuesen escotillas por las que soltar presión.

Cuando se llenaron de lágrimas por su árbol perdido antes de encontrarlo, se me quedó una de ellas prendida en el corazón. 

Un día, caminaba yo cabizbaja, rumiando mis pensamientos, cuando levanté súbitamente la vista y lo ví. No era un árbol más. Era EL ÁRBOL. 

Le hice una foto y se la envié a Nora, pero ya no quería la caseta, ni el árbol. Después del bofetón de realidad, Nora había decidido enfocar sus energías en otros menesteres.

Pero a mí me quedó la costumbre de buscar el árbol adecuado. Por eso los fotografío siempre. Sobre todo a este abeto, tan bonito, tan perfecto. Imagino la cabaña que Nora habría construido, los juegos, las risas. Las carreras arriba y abajo, los gritos de excitación.

Yo se lo seguiré guardando, por si algún día cambia de opinión. Para mí, este abeto será siempre el árbol de Nora.

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