Confieso
Recuerdo la primera vez que fui consciente, con estupor, de que una reacción mía, que a mí me pareció tan natural, tan normal, había levantado ampollas provocando una respuesta inesperada: Un chico me preguntó por una amiga común y yo contesté que aquel fin de semana no había venido con el resto de amigas, que se había quedado en Bilbao. Él llamó a casa de ella (eran los tiempos prehistóricos en los que no había móviles) y ella no estaba, tenía plan B. Aquello trastocó el finde de mi amiga; interrogatorio paterno y demás. Resultó que la culpa la tenía yo, por no haber puesto cara de tonta y haber dicho "no sé" cuando me preguntaron. Juro y rejuro que no se me ocurrió pensar que aquello era alto secreto. Veintitantos años después, vuelvo a sentirme así, aunque por otra razón. Al final voy a tener que admitir que la culpa es mía, que desconozco totalmente el significado de la palabra discreción, que soy una bocas y no sé cuántos cargos más de los que me sie...