Las pastas de Santa Casilda

La Calle Mayor era una cuesta larga que tenía un empedrado romano, por el que pasaban los coches traqueteando y los chavales corríamos (cuesta abajo, eso sí), aun a riesgo de rompernos la crisma. Los jueves, día de Mercado, el tráfico estaba limitado en la Calle Mayor y había riadas de gente subiendo y bajando de una plaza a otra, casi todos por la calzada. Las señoras que llevaban tacones preferían las aceras, pero eran muy estrechas y los chavales las evitábamos como si quemasen.

Nos encantaba empezar la subida desde Somovilla, que entonces tenía el muro del Convento de las monjas agustinas y un quiosco donde comprábamos chuches. Después vendría el hotel y la plaza cuadrada embaldosada en un blanco que resultaba cegador en los días soleados de verano.

Dejando el Condestables y su enigmática armadura detrás, comenzábamos a subir la calle buscando los bazares, repletos de tesoros a nuestros ojos; uno al principio, otro a medio camino y el último después del Arco de la Cadena. Había allí juguetes, artículos de regalo, juegos de mesa, figuritas de adorno, cuadros, abanicos, bolsos, gorras, gafas de sol, pinturas y rotuladores, cuadernos y todo lo que se pueda imaginar.

Recuerdo la carnicería de Luchi, el bar Moem, el de Mario, años más tarde el Zamaricha, cuartel general de mi cuadrilla de amigos, que pasábamos toda la tarde allí tomando apenas un mosto o una Coca Cola, ante la sonrisa bonachona de Ricardo, que jamás nos largó de allí.

Más arriba, la imprenta, junto a la entrada a la Plazuela del Corral; la tienda de Mugu, donde comprar pijamas y lencería; el Arco de la Cadena, donde dicen que se alojó en su día Juana la Loca; el bar de Tarzán, que subía todos los días a la Tesla y era muy conocido por su cuerpo atlético, su pelo largo como un Cristo, al que interpretaba cada Semana Santa en la Procesión, y aquellos ojos azules como el cielo castellano.

Y por fin, dejando a la derecha la Iglesia de la Santa Cruz (confieso que tuve que buscar el nombre, nunca lo supe), la Plaza Mayor o del Ayuntamiento, como decíamos nosotros, con sus pórticos, sus árboles que protegían de la solana del verano burgalés, donde se ponían los puestos del mercadillo; y su fuente, en el mirador hacia la Vega, desde donde se podía ver la escuela y el instituto, la Chopera y la ermita de la Virgen del Rosario, Patrona de Medina. Muy cerca, Las Torres, emblema de Medina; su nombre real es Alcázar de los Velasco, pero nadie lo llamaba así. Cuando yo era niña, no se podía entrar, pero lo reconstruyeron y hoy alberga un museo y se puede subir a las almenas y desde allí otear la planicie, entendiendo vívidamente por qué los castillos se construían siempre en un alto.

Pero lo que más nos gustaba, sin duda, era el aroma que nos asaltaba a mitad de la calle Mayor, que nos hacía subir con ganas, para olisquear un rato el aire. El aroma de las pastas de Santa Casilda, el aroma de mi niñez.  
El sabor era estupendo, sobre todo el de las almendradas, pero aquel olor... aquello era una pura delicia. Una promesa flotando ante nosotros de poder alcanzar la gloria por un momento, cuando entrábamos en el despacho y elegíamos las pastas que queríamos comprar al peso.

A veces, comprábamos un surtido ya preparado, para regalar a algún familiar o amigo. Durante años, era imposible subir a Medina y no recibir el encargo de algún conocido: "¡Cómprame un par de cajas, por favor!" Eso sí, no me entraba en la mollera por qué las pastas se llamaban Santa Casilda, puesto que el convento de Medina era Santa Clara. Entonces me parecía lo lógico.

Hoy he entrado en un bar de Bilbao a tomar un café y me he encontrado la caja famosa, conjurando mis recuerdos desde la barra. No he podido resistirme, he tenido que tomar una foto y volver a hacer el recorrido en mi memoria. Hace mucho que no subo a Medina, creo que ya va tocando. Compraré un par de cajas de Pastas Santa Casilda y contaré batallitas a mis hijas. Puede que también a vosotros...

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#medinadepomar #santacasilda #recuerdosdeniñez

Comentarios

  1. Ya decía yo que me sonaba tu cara. Suscribo cada palabra del texto. Muy bien redactado. Voy a menudo porque mi hermana vive allí y mis padres pasan largas temporadas. Lo que han perdido las pastas. Antes estaban más buenas . Ya ni huele.

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