Hierro candente
Amor,
Voy a hacer algo muy difícil pero muy necesario. Voy a poner, no una barrera, sino un punto final a esta extraña relación que nos une.
Hoy te llamo amor por última vez. Ni una sola palabra dulce más escucharás de mis labios. Quita lo de dulce. Ni una palabra más. Es más: no es que te llame “amor” por última vez... es que desde hoy ya no te llamo.
Tú no mereces estar hecho un lío constantemente. Yo no merezco las migajas de tu amor. Tú ya tienes una compañera que te quiere, sólo tienes que volver a encontrar la poesía y pintar la rutina de colores. Nuevos, brillantes, puros. Vuelve a armar el puzle. Con ella.
Ella es el calor de la lumbre del hogar. Yo soy un hierro al rojo vivo que solo puede dejarte cicatrices.
Yo busco a alguien que quiera y pueda dármelo todo. Su amor, su tiempo, sus caricias. Su sangre si me hiciese falta.
Todos esos puntos suspensivos se quedarán en el aire por siempre, porque no los cambiaremos por frases yuxtapuestas, por causales ni mucho menos por condicionales.
No volvamos a vernos, ni tan siquiera escribirnos. Como decía la canción, te juro que te adoro y en nombre de este amor y por tu bien, te digo adiós. Cuánto me ha costado comprenderlo...
Hasta siempre. No. Espera. En realidad, lo que estoy diciendo es “hasta nunca”. Aquí te dejo. “Nos” dejo. Ya no hay tú y yo. Nunca lo hubo, nunca lo habrá. Hasta nunca. O hasta siempre. Porque siempre arrastraré este sabor amargo a derrota.
Ya no más tuya,
Eva
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