¿Quién me ha robado el mes de abril?
"¿Quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón" (Joaquín Sabina)A nosotros nos lo robó hace un año la Vida jugando a ser Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. La vida cambió en cuestión de minutos; se puso la máscara de la Parca y nos arrebató a mi ídolo, mi modelo. Mi primer amor.
Mi padre tenía catarrillo, pero la madrugada del 11 abril ingresó en el hospital y vieron que tenía los pulmones encharcados y el corazón delicado. Estaba grave, pero cuando mi madre y yo entramos a verle en Urgencias Coronarias, estaba guapísimo, reluciente, como un sol. El que no brillaba fuera. Un día desapacible, húmedo, oscuro. Llovía. Diluviaba. Como en los funerales de las películas.
Mi hermano esperaba fuera, me había cedido su puesto. Él lo vería por la tarde. No pudimos visitarle los 10 minutos de rigor, porque se lo llevaron a hacerle un cateterismo y sólo cruzamos un par de palabras y dos caricias y un beso. "Hasta luego, ahora nos vemos".
Yo volví a la oficina. Me encontré un paraguas olvidado en el metro y, en lugar de entregarlo en Objetos Perdidos, me lo quedé. Me venía muy bien en aquel tiempo inclemente. Cuando mi madre me llamó para decirme en un grito angustiado que volviera corriendo al hospital, que creía que mi padre había muerto, se me atragantó el bocadillo que había empezado a comer y se me metió en la cabeza la idea absurda de que aquello era un castigo (divino o del karma, o yo qué sé) por no haber devuelto el paraguas.
Cuando llegué al hospital confirmé la terrible noticia. No habría un "luego" Me quedé un momento vacía, inmóvil. Luego, incredulidad. Estupefacción. Sigo sin creerme del todo lo que ocurrió. Sigo sin poder aceptar consciente, inconsciente y subconscientemente que su luz se apagó. Que no volverá. No le oiremos silbar al peque, ni preguntar por su "Prince". Y a mí me parece que no puede ser, que es imposible. Una broma pesada. De muy mal gusto.
Tras la primera reacción, sentí culpa por haber "usurpado" a mi hermano la ocasión de ver y tocar a Aita por última vez; aunque yo tampoco sabía que lo era, pude hacerlo. Más tarde, llegó la angustia por la sospecha de haberle descuidado, de no haberle prestado suficiente atención. Y muchas noches en vela repasando cada segundo de los últimos días, cada movimiento. Como si pudiéramos cambiar algo.
Lo más doloroso de todo es que el mundo siguió girando. Yo fui la que se quedó quieta, encogida, viéndolo todo como si fuese una mera espectadora, como si no me estuviese ocurriendo a mí. Pero a la vez con el peso de la certeza oprimiéndome el alma. Acabé con dolor de mandíbula, de tanto apretarla para no llorar. Porque quería mantenerme en pie, conservar la dignidad y la cordura.
Tenía miedo de mirar hacia adelante y ser consciente del arduo camino que teníamos por delante. Así que me concentré en la cosas pequeñas, en lo cotidiano, sin mirar muy lejos. Entré en modo "Beppo Barrendero" (Hay que haber leído "Momo" de Michael Ende, para entenderlo. Beppo me ha salvado la vida en los momentos difíciles.)
Y aquí sigo, tratando de mantenerme en pie y apreciar la vida, porque ya sé que su siamesa la muerte no me gusta nada. Es traidora e implacable. Intentaré esquivarla el mayor tiempo posible. El tiempo que me quede para amar y disfrutar. Volveremos a ser felices, aunque tengamos una sombra en el corazón.
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