Adiós, amor mío, adiós

 

Hola, amor mío

Sé que dije que no te escribiría más. Me temo que voy a faltar a mi palabra. Una vez te dije que te escribiría cartas de amor toda la vida y creo que así será. Tal vez no llegue a enviártelas, pero las escribiré.

    Me cuesta menos escribir que hablar, porque puedo limpiarme las lágrimas, tomar aire y seguir cuando la congoja ya no me hace hipar de desconsuelo. Al hablar, la garganta se me agarrota de tantas emociones y me siento incapaz de expresar todo lo que quisiera.

    Te echo muchísimo de menos y eso que en los últimos tiempos no estabas ni al 5%. Durante le día lo llevo bien, aunque me encuentro a mí misma un montón de veces escribiéndote un whatsapp que no te enviaré, o marcando tu número para decirte hola, aunque luego no te llegue a llamar. Pero cuando llega la noche... la hora de las confidencias, de los arrumacos, de los abrazos... a veces pienso que vendrás más tarde del coro, que te colarás en la cama sin hacer ruido y podré abrazarte, o calentarme los pies helados, tal vez acariciarte lascivamente en el umbral del sueño...


    Las noches hacen patente tu ausencia. Intento decirme que mejor estaré sola que con la sombra de lo que fuiste (desapareció la ternura, desapareció el compromiso, se me acumularon las cargas en las espaldas; la casa, los hijos, el dinero...). Me miro al espejo y me digo que valgo mucho, que merezco más, alguien que me quiera a rabiar, sin límites, como yo amo. Alguien que me admire y que esté a gusto conmigo, que me acaricie y me cuide, que quiera compartir conmigo sus alegrías y sus penas... que esté orgulloso de que yo sea su compañera... Como era antes, entre nosotros.


    Fantaseo con que los nubarrones se irán y el deshielo llegará a tu corazón. Con que desearás volver a abrazarme y sentirás de nuevo mariposas en el estómago. Acto seguido me digo que no debo engañarme, que te conozco lo suficientemente bien como para saber que, aunque llegases a lamentar profundamente esta decisión, jamás darás marcha atrás, porque tú eres de los de "Antes morir que perder la vida". No das segundas oportunidades, ni siquera a tí mismo.


    Y entonces decido no mirarme más al ombligo y pienso en lo solo que debes de sentirte tú en tu impersonal pisito de alquiler. Solo y confuso, por lo que me cuentas. Triste, también, por lo que me cuentan los demás. Defraudado por la vida que no te ha resultado como tú querías.


    Y es peor que sentir autocompasión, porque entonces siento que me sangran mil úlceras por dentro, porque quisiera abrazarte y consolarte y decirte que todo irá bien, que yo estoy a tu lado para ayudarte... Pero no es cierto. No estoy a tu lado.


    Sé que debe de resultarte extraño cuando menos que te esté contando esto y por otro lado te esté diciendo que tengo "prisa" por arreglar los asuntos legales, por sacar tus cosas de casa... Es sólo que quiero "vaciarme" de tí, porque mientras estés dentro no podré empezar de cero: eso sólo es posible cuando uno está vacío.


    Me habría gustado hacer el amor contigo una última vez, siendo consciente de que lo era. Una despedida en toda regla. Algo dramático y memorable. Como en los buenos tiempos.


Adiós, amor mío, adiós.


(febrero 2014)

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