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Mostrando entradas de noviembre, 2023

Adiós, amor mío, adiós

  Hola,  amor  mío S é que dije que no te escribiría más. Me temo que voy a faltar a mi palabra. Una vez te dije que te escribiría cartas de amor toda la vida y creo que así será. Tal vez no llegue a enviártelas, pero las escribiré.      Me cuesta menos escribir que hablar, porque puedo limpiarme las lágrimas, tomar aire y seguir cuando la congoja ya no me hace hipar  de   de sconsuelo. Al hablar, la garganta se me agarrota  de  tantas emociones y me siento incapaz  de  expresar todo lo que quisiera.      Te echo muchísimo  de  menos y eso que en los últimos tiempos no estabas ni al 5%. Durante le día lo llevo bien, aunque me encuentro a mí misma un montón  de  veces escribiéndote un whatsapp  que no te enviaré, o marcando tu número para decirte hola, aunque luego no te llegue a llamar. Pero cuando llega la noche... la hora de las confidencias,...

Una tarde de otoño 🍂

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Yo quiero morir una tarde de otoño 🍂. Contemplando un atardecer de luz dorada sobre los árboles. Un cielo de nubes incendiadas en rojos, naranjas, lilas y grises  Yo quiero marcharme extasiada ante tanta belleza, con lágrimones de agradecimiento cayendo de.mis ojos, salpicando mis manos entrelazadas en gesto de paz y aceptación. Yo quiero irme entre el susurro de las hojas de los árboles, agitadas por el viento. Tal vez algún trino de un pájaro, completando la banda sonora del ulular del viento. O el silencio de lo inevitable en el ocaso del tiempo. Yo quiero desaparecer contemplando la hojarasca, el rojo de los bosques, el amarillo caduco, el naranja goloso, el violento violeta de tonos imposibles.  Quiero recortarme como sombra chinesca contra el albor del cielo que huye hacia la oscuridad cetrina de la noche, olfateando el dulce aroma de castañas asadas. El olor de la leña crepitando en el hogar, el chasquido hipnótico que adormece bajo la manta. Y después... Noche larga, ...

Un amor legendario

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     Ella aguardaba en la ventana, vigilante, aunque sin saber qué esperaba. Se apoyaba en el quicio de la ventana y canturreaba por lo bajo. Siempre sonriente, alzaba la mirada al cielo un momento, pero enseguida regresaba a otear la plaza.      Hacía muchos años que aquella plaza blanca era su hogar. Llegó de jovencita con el marido que, ley de vida, la arrancó de su pueblo, de sus padres y hermanos. En aquel primer piso de visillos suaves, siempre descorridos para que entrase la luz, crió a sus hijos primero y después a sus nietos. Años y años de trabajo laborioso, de amor discreto y mullido, de hogar cálido y alegre.      Aquella ventana blanca de pintura ligeramente desconchada era el marco en el que se la podía ver, incluso cuando olvidó su nombre, el de sus padres y el de sus hijos. Olvidó su pueblo, su edad y el camino a la casa de su niñez. Olvidó recetas y canciones, trucos para zurcir calcetines o quitar verrugas. Olvidó palabr...