Tic tac


𝘌𝘭 𝘳𝘦𝘭𝘰𝘫 𝘥𝘦𝘭 𝘴𝘢𝘭ó𝘯 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘥𝘪𝘦𝘻 𝘮𝘦𝘯𝘰𝘴 𝘷𝘦𝘪𝘯𝘵𝘦. 𝘓𝘢𝘴 𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘪𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘩𝘢𝘯 𝘮𝘰𝘷𝘪𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘦𝘮𝘢𝘯𝘢𝘴. 𝘕𝘰 𝘩𝘦 𝘳𝘦𝘵𝘪𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘱𝘪𝘭𝘢 𝘨𝘢𝘴𝘵𝘢𝘥𝘢, 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘢𝘯𝘪𝘮𝘰 𝘢 𝘳𝘦𝘦𝘮𝘱𝘭𝘢𝘻𝘢𝘳𝘭𝘢. 

𝘚𝘪𝘯 𝘦𝘮𝘣𝘢𝘳𝘨𝘰, 𝘤𝘳𝘦𝘰 𝘰í𝘳 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘤 𝘵𝘢𝘤, 𝘰𝘵𝘳𝘰𝘳𝘢 𝘤𝘢𝘥𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰𝘴𝘰, 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘪𝘳𝘳𝘦𝘨𝘶𝘭𝘢𝘳 𝘺 𝘩𝘶𝘪𝘥𝘪𝘻𝘰, 𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘵𝘦𝘤𝘭𝘦𝘰, 𝘢 𝘳𝘢𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯 𝘴𝘢ñ𝘢, 𝘢 𝘳𝘢𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘢𝘯𝘢, 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘵𝘦𝘤𝘭𝘢𝘥𝘰 𝘪𝘯𝘥𝘪𝘴𝘤𝘳𝘦𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘵𝘳𝘰𝘯𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦. 

𝘔𝘪 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘦𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘳𝘦𝘭𝘰𝘫 𝘥𝘦 𝘴𝘰𝘯𝘪𝘥𝘰 𝘧𝘢𝘯𝘵𝘢𝘴𝘮𝘢. 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘺 𝘱𝘪𝘭𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘨𝘢 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘳 𝘮𝘪 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯, 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘥ó 𝘩𝘦𝘭𝘢𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦 𝘥𝘦 𝘪𝘯𝘷𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰. 𝘠, 𝘴𝘪𝘯 𝘦𝘮𝘣𝘢𝘳𝘨𝘰, 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘣𝘶𝘳𝘣𝘶𝘫𝘦𝘢 𝘥𝘦 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘦𝘯 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘰. 𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯 𝘨𝘳𝘪𝘭𝘭𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘪𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢𝘴 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘦𝘴𝘵í𝘰. 𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘨𝘰𝘵𝘦𝘳𝘢 𝘪𝘯𝘤𝘰𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘫𝘶𝘦𝘨𝘢 𝘢𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘪𝘴𝘵𝘦. 𝘈𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘴í, 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘯𝘰.

𝘚𝘪 𝘳𝘦ú𝘯𝘰 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘧𝘪𝘤𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘷𝘢𝘭𝘰𝘳, 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘵𝘢𝘳é 𝘭𝘢 𝘱𝘪𝘭𝘢. 𝘔𝘦 𝘪𝘯𝘲𝘶𝘪𝘦𝘵𝘢 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘳 𝘲𝘶𝘦, 𝘴𝘪𝘯 𝘦𝘭𝘭𝘢, 𝘴𝘪𝘨𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘤 𝘵𝘢𝘤, 𝘦𝘭 𝘣𝘶𝘳𝘣𝘶𝘫𝘦𝘰, 𝘦𝘭 𝘨𝘰𝘭𝘱𝘦𝘵𝘦𝘰. 𝘛𝘢𝘭 𝘷𝘦𝘻 𝘴𝘦𝘢 𝘭𝘢 𝘩𝘶𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘤𝘰𝘳𝘥𝘶𝘳𝘢, 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘫𝘢 𝘵𝘳𝘢𝘻𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘯 𝘱𝘭𝘦𝘯𝘢 𝘩𝘶𝘪𝘥𝘢.

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