Día de Reyes

De niña, viví días de Reyes verdaderamente mágicos. La noche anterior mi hermano y yo nos acostábamos inquietos, deseosos de pillar a a sus Majestades dejando los regalos. Mi hermano una vez "vió" a uno de los Reyes en pleno cometido, y juraba que era el negro, nuestro preferido, Baltasar. 

La mañana del 6 enero nos encantaba, porque, tras abrir nuestros regalos, acudíamos puntuales a la cita con los Magos en un cine que ya no existe, el Astoria. Hoy se ha convertido en una tienda de ropa y artículos deportivos, pero entonces albergaba una sala que se llenaba de chiquillería entusiasmada, porque, después de una tanda de dibujos animados, casi siempre Tom y Jerry, Melchor, Gaspar y Baltasar en persona hacían su entrada triunfal en el teatro y entregaban un regalo en mano a cada uno de los niños que teníamos aquel privilegio de poder tocarlos, hablarles y abrazarlos.

Eran los tiempos en que la empresa en la que trabajaba mi padre aún no era una fábrica de luz llena de esclavos desleídos; aún cuidaban de sus empleados y sus familias, con múltiples beneficios sociales, como aquella fiesta de Reyes inolvidable para los hijos de los empleados.

A mí se me salían los ojos de las órbitas cuando, tras guardar pacientemente cola entre las butacas del Astoria, por fin llegaba mi turno y Baltasar me sentaba en sus rodillas y me decía que estaba al tanto de todas mis andanzas. Desgranaba uno a uno mis movimientos, ¡era realmente Mago! No había nada que escapase a su conocimiento… Me daba el regalo que correspondiese según el tramo de edad, un beso y una caricia cariñosa en la mejilla.

Con los años supe que mi Baltasar era Gerardo, compañero y amigo de mi aita. Nunca podré agradecerle lo suficiente que me hiciera brillar los ojos con tanta intensidad en aquellos años maravillosos de mi niñez. En mi casa, le seguimos llamando el Rey Baltasar.

¡Felices Reyes!

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