Un cuaderno sin empezar es una aventura por vivir.
Guardo uno de tapas azules en el que empecé a guardar mis retales, mis trozos de alma en tinta sobre papel. Mi recuento de palabras.
Un simple cuaderno, en apariencia. Mi esencia, en realidad.
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Y mientras el valle se va apagando, la cima estalla en llamas y refulge como un último saludo al día que va acabando.
La Calle Mayor era una cuesta larga que tenía un empedrado romano, por el que pasaban los coches traqueteando y los chavales corríamos (cuesta abajo, eso sí), aun a riesgo de rompernos la crisma. Los jueves, día de Mercado, el tráfico estaba limitado en la Calle Mayor y había riadas de gente subiendo y bajando de una plaza a otra, casi todos por la calzada. Las señoras que llevaban tacones preferían las aceras, pero eran muy estrechas y los chavales las evitábamos como si quemasen. Nos encantaba empezar la subida desde Somovilla, que entonces tenía el muro del Convento de las monjas agustinas y un quiosco donde comprábamos chuches. Después vendría el hotel y la plaza cuadrada embaldosada en un blanco que resultaba cegador en los días soleados de verano. Dejando el Condestables y su enigmática armadura detrás, comenzábamos a subir la calle buscando los bazares, repletos de tesoros a nuestros ojos; uno al principio, otro a medio camino y el último después del Arco de la Cadena. Había all...
De niña, viví días de Reyes verdaderamente mágicos. La noche anterior mi hermano y yo nos acostábamos inquietos, deseosos de pillar a a sus Majestades dejando los regalos. Mi hermano una vez "vió" a uno de los Reyes en pleno cometido, y juraba que era el negro, nuestro preferido, Baltasar. La mañana del 6 enero nos encantaba, porque, tras abrir nuestros regalos, acudíamos puntuales a la cita con los Magos en un cine que ya no existe, el Astoria. Hoy se ha convertido en una tienda de ropa y artículos deportivos, pero entonces albergaba una sala que se llenaba de chiquillería entusiasmada, porque, después de una tanda de dibujos animados, casi siempre Tom y Jerry, Melchor, Gaspar y Baltasar en persona hacían su entrada triunfal en el teatro y entregaban un regalo en mano a cada uno de los niños que teníamos aquel privilegio de poder tocarlos, hablarles y abrazarlos. Eran los tiempos en que la empresa en la que trabajaba mi padre aún no era una fábrica de luz llena de esclavos ...
Cruzó la plaza con el corazón anegado de pesar; al fin y al cabo, no se dice un adiós definitivo todos los días. Un graznido atravesó el aire pesado de la mañana y resonó en cada centímetro de su cuerpo y de su alma. Y supo que el enemigo estaba celebrando la victoria.
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