De niña, viví días de Reyes verdaderamente mágicos. La noche anterior mi hermano y yo nos acostábamos inquietos, deseosos de pillar a a sus Majestades dejando los regalos. Mi hermano una vez "vió" a uno de los Reyes en pleno cometido, y juraba que era el negro, nuestro preferido, Baltasar. La mañana del 6 enero nos encantaba, porque, tras abrir nuestros regalos, acudíamos puntuales a la cita con los Magos en un cine que ya no existe, el Astoria. Hoy se ha convertido en una tienda de ropa y artículos deportivos, pero entonces albergaba una sala que se llenaba de chiquillería entusiasmada, porque, después de una tanda de dibujos animados, casi siempre Tom y Jerry, Melchor, Gaspar y Baltasar en persona hacían su entrada triunfal en el teatro y entregaban un regalo en mano a cada uno de los niños que teníamos aquel privilegio de poder tocarlos, hablarles y abrazarlos. Eran los tiempos en que la empresa en la que trabajaba mi padre aún no era una fábrica de luz llena de esclavos ...
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