Víveme
Amor:
Quédate como estás; no muevas un músculo, ni una pestaña. Parece como si así pudieras detener el tiempo. No quiero seguir esta loca carrera de los segundos, los minutos y los timbrazos del despertador.
Quiero vivir al ritmo lento de mis latidos, de la agitación de tus pulsaciones. Puedo oír la sangre, alborotada, batiendo en mis oídos, tocando a rebato en tus muñecas; y eso es todo lo que quiero. Me gusta abandonarme al lamento de nuestros cuerpos agotados...
Nosotros no hacemos el amor; hacemos magia. Cuando vuelan nuestras manos por la piel dormida del otro y el sueño nos rehúye, se nos aviva el alma y sangran las heridas del desconcierto.
Porque sentimos que no puede ser verdad que tengamos tanto dentro y que se derrame sin pudor desde que los ojos se acarician hasta que nos recorren los espasmos. Si cada gesto fuera una nota, cada caricia un movimiento, haríamos una música indescriptible.
Voy a taparme con las mantas y a disfrutar de este mundo nuevo en el que, solos tú y yo, nos asombramos el uno al otro y cada uno a sí mismo. Que olviden mi nombre, que pierdan tu teléfono, porque he encontrado la raíz de la vida al perder la consciencia y no quiero volver a un teatro de marionetas, a fingir y ser fingida.
Que ya no habrá sonidos, ni colores, ni sabores que no pasen por el tamiz de esta claudicación.
¿Qué importancia tiene ya una palabra, qué significado una mirada? Ninguno, si no son tus ojos los que me miran, si no es tu corazón quien hace brotar este arrullo que me pierde.
Que se vayan todos, que yo me quedo. Víveme, que, si no, me muero.
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