Un personaje sin guión
La mujer mira la lágrima caer sobre su mano mientras se pregunta cuándo acabará esta tristeza que le empapa el alma, como la humedad que ataca a los huesos. Al volver la vista atrás no ve más que los errores, los charcos, los borrones. Ni rastro de flores ni cantos de pájaros.
Cómo desearía haber sido como los personajes de las películas, que siempre saben qué decir o qué hacer. A ellos no se les queda cara de tontos cuando no les suben las palabras a la boca. Ellos no reaccionan horas, días, tal vez años después. Claro que la mujer no tiene en cuenta que las películas tienen guionistas, con tiempo para pensar y reescribir cada punto y cada tilde. Y aunque lo supiera, no aliviaría la pena o el remordimiento por lo que dijo o hizo, o peor aún, por lo que dejó de hacer o de decir.
Sueña cada noche que vuelve atrás y toma otros caminos, elige otras opciones y pronuncia otras palabras, pero el final feliz se escapa como la arena de la playa entre los dedos de su chiquitina. Necesita volver a ver colores en el mundo, ahora todo se ha tornado gris y no le gusta. Si fuera tan fácil como ponerse unas gafas...
La mujer tiene que volver a la realidad, el bocinazo del camión la reclama. Es difícil disipar la congoja, persiste como la neblina mañanera, pero hay que volver al trabajo en el que se siente ninguneada, al matrimonio deshilachado que no resiste ya más zurcidos. A las tardes lluviosas que le anegan el alma de recuerdos y arrepentimientos.
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