Palabras de Amor
Vida mía,
Quieres que te escriba una carta de amor, que suelte el torrente de sentimientos que bullen por dentro, que lo plasme en blanco y negro para poder leerlo y releerlo. Para poder decir que esas palabras son tuyas porque para ti brotaron.
Y yo no sé cómo explicarte que sólo escribo
cuando estoy triste, cuando el mundo en derredor suena amortiguado, hueco,
extraño. Cuando todo se ha tornado gris y no encuentro colores. Sin rastro de
flores ni cantos de pájaros.
¿Sabes? Durante mucho tiempo pensé
que yo era un amor intermedio. Alguien venido a dar, a entregar sin esperar
nada a cambio. Pensé que mi destino era acoger a los corazones rotos y
cauterizar sus heridas, mantenerlos vivos y palpitantes hasta que pudieran
emprender un nuevo rumbo. Amar sin ser amada, dar sin recibir, entregar sin
esperar contrapartida. Ser bálsamo, reposo, cura; alivio y consuelo para las
almas doloridas y maltrechas que salieran a mi encuentro. Un faro en la
oscuridad, una hoguera en las gélidas noches, un arrullo tranquilizador.
Soñaba que un día llegaría la primavera.
Que la desazón que se lleva la risa a dentelladas marcharía con las ráfagas del
viento. Y la luz lo inundaría todo, llovería alegría, florecerían caricias. Mis
sonrisas darían sus frutos, volverían los trinos a acompañar mis mañanas.
Busqué y busqué, en los rincones, tras
las cortinas. En paseos y cafés, en la red de redes, por el suelo. En tertulias
y en trenes de cercanías, en casonas abandonadas, en grandes almacenes, en
catálogos especializados. En la cresta de la ola, en un suburbio polvoriento, a
la luz del día, a la tenue penumbra de un anochecer claro.
Nada. Voces huecas. Páginas rotas. Fotos
desenfocadas. Murmullos intermitentes, gritos ahogados. Vidas apagadas, sin
sabor, no merecía la pena hincar el diente. Pasó el verano entre telarañas y
cantos de cigarra.
Y cuando decidí cerrar mi puerta y
tapiar mis ventanas, te colaste por un resquicio. Pidiendo permiso. Para verme,
para conocerme. Para cambiar las tornas de mi destino. Y te franqueé la entrada,
movida por la curiosidad, sorprendida y adulada a partes iguales. Me arriesgué
a perderme en batallas inútiles de nuevo porque esta vez el matiz era distinto.
No parecía otro tropezón en la oscuridad, un traspiés, palos de ciego.
La certeza llegó cuando mi mano se
deslizó en la tuya sin haberlo pretendido. No fue un movimiento consciente; era
mi alma decidiendo por mí, adelantándose a mis movimientos, resistiéndose a
manuales de urbanidad y reglas de comportamiento en la primera cita.
Mucho antes de besarnos, ya presentí que
eras tú la revolución que pondría mi mundo patas arriba; el desconocido que me
dejaría sin aliento, que moldearía mi barro para insuflarle nueva vida. Que
contigo miraría al cielo buscando formas en las nubes y arco iris en las
tormentas. Contigo pondría nombres nuevos a las estrellas y te miraría a los
ojos dejando crecer el silencio reparador. Contigo haría música y bailaría
danzas antiguas, eternas, vitales.
Supe que ahora me tocaba recibir regalos
preciosos como un “Buenas noches, chiquitina” en la pantalla de mi móvil, o un
susurro a media noche, un gemido al oído, un suspiro al despedirnos. Supe que
me escuchabas y que recorrerías conmigo calles medievales o anchas avenidas
plagadas de turistas, sólo porque yo lo había querido tanto. Que descubrirías
madrigales, arias y conciertos de Año Nuevo, que te asomarías a mi mundo, que
te alejarías de tu mar adorado si era necesario. Supe que no era ya intermedia,
ni secundaria, ni prescindible.
Y la luz lo inundó todo, llovió alegría,
florecieron caricias. Mis sonrisas dieron sus frutos, volvieron los trinos a
acompañar mis mañanas.
Y desde entonces te quiero. ¿Cuánto?
Todo. Todo lo que da de sí este corazón mío emocionado y palpitante.
Y desde entonces te amo. ¿Más que al
primer amado? ¿Mejor que la primera vez que el amor me sacudió como un
terremoto? Te amo como siempre supe que podía amar. Con cada respiración, cada
aleteo de mis pestañas. Hasta la última molécula de mi ser. Con toda mi alma,
con todo mi cuerpo.
Tuya, por siempre.
Eva
Comentarios
Publicar un comentario