La guerrera de la luz


          La hechicera tomó a la mujer de las manos, pero no para leerle las líneas del destino. Aquellas manos hablaban por sí solas, transmitían calidez, dulzura, historia. La mujer dijo: “Yo tenía una amiga que solía decirme que tengo manos de curandera, que en cuanto la tocaba se le pasaban todos los males”. La bruja sabía que así era, aquellas manos destilaban bienestar y alivio.

          Se asomó a su alma a través del gris plomizo de sus ojos, ojos cambiantes según el estado de ánimo. La miró por dentro, escudriñó cada rincón y le dijo: 

“Eres un alma vieja; has vivido muchas vidas, aunque no las recuerdes, y en cada una de ellas has tenido que expiar tus culpas y aprender algo nuevo. A esta has venido a aprender a dar, a entregar sin esperar nada a cambio. Tu destino es acoger a los corazones rotos y cauterizar sus heridas, mantenerlos vivos y palpitantes en tu regazo hasta que puedan emprender un nuevo rumbo. Amar sin ser amada, dar sin recibir, entregar sin esperar contrapartida. Serás bálsamo, reposo, cura; alivio y consuelo para las almas doloridas y maltrechas que salgan a tu encuentro. Serás un faro en la oscuridad, una hoguera en las gélidas noches, un arrullo tranquilizador.”

“¿Seré una guerrera de la luz?”


La mujer oyó la verdad que derrochaban aquellas palabras, sintió que lo había sabido siempre. No hizo falta escuchar la respuesta.


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