Cuando estoy triste
¿Por qué solamente escribo cuando estoy triste? Parece en esos momentos que mis dedos cobren vida. Hormiguean si no los dejo deslizarse por el teclado, si no aprietan un boli y garabatean cuatro letras en el primer papel que encuentro.
Será que cuando estoy contenta la risa y las palabras brotan fácilmente, sin miramientos, sin necesidad de mayor recorrido que del corazón a la boca. Pero cuando la alegría desaparece y el mundo alrededor suena amortiguado, hueco, extraño, las palabras bullen por dentro, me recorren entera buscando una vía de escape, hasta encontrar cómo plasmarse en un par de trazos y 120 pulsaciones por minuto. A la inversa que las pulsaciones de mi corazón. El ánimo no palpita a la misma velocidad, ni mucho menos.
Hoy se me quedó congelado cuando vi tu nombre escrito junto al suyo. Un parón. Una explosión silenciosa. Un agujero negro. Una certeza largo tiempo aplazada. Y una decisión amarga, pero muy necesaria.
¿Por qué decimos “hasta siempre”? En realidad, lo que estamos diciendo es “hasta nunca”. Aquí te dejo. “Nos” dejo. Ya no hay tú y yo. Nunca lo hubo, nunca lo habrá. Hasta nunca. O hasta siempre. Porque siempre arrastraré este sabor amargo a derrota.
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