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El silencio

Habla el poeta con voz de oro de alboradas y rocío. Habla el poeta y el dolor se crece y vuelve, como amarga saeta, a cruzarme el alma sin piedad. Y el despecho crece de nuevo con ira y con furor,  con rabia e impotencia. Pero es el silencio lo que más me asusta, porque solía ser dulce y suave cuando nos atravesaba el corazón y estrechaba nuestro abrazo Canta el juglar notas argentinas de suspiros y rayos de luna. Canta el juglar y el recuerdo golpea mi consciencia brutal, cruel... infame. Y las lágrimas rompen el dique del falso orgullo y de la compostura y caen en torrentes. Pero es el silencio lo que me arredra,  porque tú me enseñaste que era magia entre mis dedos, destello en la madrugada, dulce bocado de esperanza. Porque entonces supe que yo, como tú, lo necesitaba. Huyo del silencio  y lleno mis segundos de murmullos. Huyo y alboroto; y chillo y canto y río... Porque el silencio me trae tu recuerdo- y muero, porque tú eras mi vida y ya no te tengo.

Desazón

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Esta mezcolanza que me agita el alma, que me cambia el nervio, que me tuerce el día; este batiburrillo de sollozos y de sonrisas; esta ola que me alza sobre el día a día y rompe en los escollos de mis heridas abiertas; esta desazón que me oprime la garganta y se lleva la risa a dentelladas… ¿no decidirán marcharse con las hojas del otoño? ¿No querrán ser la hojarasca que se lleva el viento a ráfagas? Que queden de una vez las ramas descarnadas en el fragor de la tormenta y que llegue la nieve a cubrirlo todo de silencio. Que empiece un ciclo nuevo, sin mácula, la descarnada desnudez del olvido. Dormir y descansar. Soñar con que algún día llegue la primavera.

Rota

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Rota. Por dentro. Por fuera no se aprecia. Pero el dolor ha surcado su camino en silencio, con alevosía. Rota. No hay arreglo. Si llora, si grita... ¿Conseguirá alguna diferencia? No. Pues a callar. A tragarse las lágrimas y el orgullo y echar de menos la dignidad perdida.  Pobre mujer. Qué pena. No supo ver. Ni escuchar. Ni entender. Ahora paga el p eaje de un corazón cálido. Se acabó el verano. Sólo queda el frío. Y el miedo. Rota. Rota por dentro.

Súplica

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Ven, siéntate a mi lado. Deja que te hable ahora que tenemos tiempo.  ¿Te das cuenta? Nunca nos hemos parado a mirarnos a los ojos sin decirnos nada. No hemos paseado a la luz de la luna, ni hemos explorado bosques embrujados. No hemos escuchado el rumor de las olas batiendo en la playa, ni hemos contado piedrecitas de colores en un riachuelo. ¡Hay  tantas cosas que no hemos hecho! Y es que nunca tenemos tiempo. Repetimos los mismos gestos cada mañana, cada día las mismas palabras. Cada mañana nos ponemos la misma máscara e interpretamos nuestro papel, ése que en algún momento nos adjudicamos sin darnos cuenta. Y la vida se nos vuelve gris y húmeda y la tristeza hace mella en nuestros huesos. Ya no soñamos con tierras lejanas. Ya no somos piratas en islas perdidas. No nos tumbamos a llorar sobre la hierba, no inventamos nombres nuevos para las estrellas. No temblamos de emoción ni de miedo. Ya no miramos al cielo buscando estrellas fugaces. Y es que ya no tenemos...

Me gustan las tormentas

Cuánto me gustan las tormentas. Ver rasgarse el cielo, oírlo verter su furia...  Cuántas noches, como ésta, me levanto para verlas desde mi balcón... para disfrutar imaginando cómo la lluvia redentora limpia el aire, literal y metafóricamente. Para aspirar el aroma a tierra mojada, a electricidad en el ambiente. A cambio, a nuevo comienzo.