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Mostrando entradas de agosto, 2018

Vaivén

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𝑺𝒂𝒃𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐𝒓𝒎𝒂𝒍𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒆𝒔𝒄𝒓𝒊𝒃𝒐 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒐𝒚 𝒕𝒓𝒊𝒔𝒕𝒆 𝒚 𝒒𝒖𝒆, 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒐𝒚 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂, 𝒄𝒂𝒏𝒕𝒐. 𝑪𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒚 𝒃𝒂𝒊𝒍𝒐. 𝑽𝒐𝒚 𝒔𝒐𝒏𝒓𝒊𝒆𝒏𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒂 𝒄𝒂𝒍𝒍𝒆 𝒚 𝒍𝒂 𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒑𝒊𝒆𝒏𝒔𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒐𝒚 𝒍𝒐𝒄𝒂 𝒐 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒅𝒂. 𝑶 𝒃𝒐𝒓𝒓𝒂𝒄𝒉𝒂. 𝑨𝒍𝒈𝒐 𝒅𝒆 𝒆𝒔𝒐 𝒉𝒂𝒚, 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒂 𝒂𝒍𝒆𝒈𝒓í𝒂 𝒎𝒆 𝒊𝒎𝒑𝒖𝒍𝒔𝒂 𝒂 𝒅𝒂𝒓 𝒔𝒂𝒍𝒕𝒐𝒔 𝒚 𝒂𝒃𝒓𝒂𝒛𝒐𝒔. 𝑨𝒔𝒑𝒊𝒓𝒐 𝒄𝒐𝒏 𝒅𝒆𝒍𝒆𝒊𝒕𝒆 𝒆𝒍 𝒂𝒊𝒓𝒆 𝒇𝒓𝒆𝒔𝒄𝒐, 𝒎𝒆 𝒓𝒆𝒄𝒓𝒆𝒐 𝒆𝒏 𝒍𝒐𝒔 𝒂𝒓𝒐𝒎𝒂𝒔 𝒚 𝒆𝒏 𝒍𝒐𝒔 𝒋𝒖𝒆𝒈𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒍𝒖𝒛. 𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒆𝒄𝒆 𝒎á𝒔 𝒃𝒆𝒍𝒍𝒐. 𝑼𝒏 𝒓𝒂𝒚𝒊𝒕𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒖𝒛 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒂 𝒗𝒆𝒏𝒕𝒂𝒏𝒂, 𝒖𝒏𝒂 𝒕𝒐𝒓𝒎𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒗𝒆𝒓𝒂𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒈𝒐𝒕𝒂𝒔 𝒈𝒐𝒓𝒅𝒂𝒔 𝒚 𝒓𝒖𝒊𝒅𝒐𝒔𝒂𝒔 𝒂𝒍 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒓𝒔𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒔𝒖𝒆𝒍𝒐, 𝒍𝒐𝒔 𝒈𝒓𝒂𝒛𝒏𝒊𝒅𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒖𝒆𝒓𝒗𝒐𝒔 𝒑𝒆𝒍𝒆𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒖𝒏 𝒕𝒓𝒐𝒛𝒐 𝒅𝒆 𝒑𝒂𝒏 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒑𝒍𝒂𝒛𝒂...

Al margen del tiempo

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𝑴𝒆 𝒑𝒊𝒅𝒆𝒔 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐. 𝑪𝒓é𝒆𝒎𝒆, 𝒆𝒔𝒐 𝒒𝒖𝒊𝒔𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒅𝒂𝒓𝒕𝒆. 𝑵𝒐 𝒉𝒂𝒚 𝒏𝒂𝒅𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒎á𝒔 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒅𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒉𝒐𝒓𝒂𝒔, 𝒎𝒊𝒔 𝒎𝒊𝒏𝒖𝒕𝒐𝒔, 𝒄𝒂𝒅𝒂 𝒔𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒐. 𝑷𝒂𝒓𝒂 𝒃𝒆𝒔𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒚 𝒂𝒃𝒓𝒂𝒛𝒂𝒓𝒕𝒆, 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒚 𝒔𝒐𝒏𝒓𝒆í𝒓𝒕𝒆 𝒚 𝒄𝒂𝒏𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒄𝒂𝒏𝒄𝒊𝒐𝒏𝒄𝒊𝒍𝒍𝒂 𝒂𝒍 𝒐í𝒅𝒐. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒆𝒔𝒐 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒅𝒆𝒄𝒊𝒓. 𝑵𝒐 𝒎𝒆 𝒑𝒊𝒅𝒆𝒔 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐. 𝑴𝒆 𝒑𝒊𝒅𝒆𝒔 𝒅𝒊𝒔𝒕𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂. 𝑨𝒍𝒆𝒋𝒂𝒓𝒕𝒆, 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒕𝒐𝒎𝒂𝒓 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒑𝒆𝒄𝒕𝒊𝒗𝒂. 𝒀 𝒕𝒆𝒎𝒐 𝒆𝒎𝒃𝒐𝒓𝒓𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆 𝒆𝒏 𝒆𝒔𝒆 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒓𝒗𝒂𝒍𝒐, 𝒕𝒆𝒎𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝒎𝒊𝒓𝒆𝒔 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒖𝒏 𝒎𝒊𝒐𝒑𝒆 𝒎𝒊𝒓𝒂 𝒂 𝒍𝒐 𝒍𝒆𝒋𝒐𝒔 𝒔𝒊𝒏 𝒗𝒆𝒓 𝒚 𝒑𝒂𝒔𝒆𝒔 𝒂 𝒎𝒊 𝒍𝒂𝒅𝒐 𝒔𝒊𝒏 𝒓𝒆𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒆𝒓𝒎𝒆. 𝒀 𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒓𝒂𝒔 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒐, 𝒆𝒍 𝒓𝒆𝒍𝒐𝒋 𝒅𝒆𝒔𝒈𝒓𝒂𝒏𝒂 𝒊𝒏𝒆𝒙𝒐𝒓𝒂𝒃𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒔 𝒕𝒆𝒔𝒐𝒓𝒐𝒔 𝒚 𝒎𝒊 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛ó𝒏 𝒔𝒆 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒈𝒆 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍 𝒓í𝒕𝒎𝒊𝒄𝒐 𝒈𝒐𝒍𝒑𝒆𝒕𝒆𝒐 𝒅𝒆 𝒄𝒂𝒅...

Ordenar el caos

  𝐇𝐞 𝐝𝐞𝐬𝐠𝐚𝐬𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐥𝐚 𝐩𝐚𝐧𝐭𝐚𝐥𝐥𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐦 ó 𝐯𝐢𝐥 𝐝𝐞 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐨 𝐦𝐢𝐫𝐚𝐫𝐥𝐚 , 𝐚𝐜𝐞𝐜𝐡𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐮𝐧 𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐧𝐳𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐝𝐞𝐬𝐭𝐞𝐥𝐥𝐨 , 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐡𝐚 𝐬𝐢𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐯𝐚𝐧𝐨 . 𝐒 ó 𝐥𝐨 𝐡𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐦𝐢 𝐫𝐞𝐟𝐥𝐞𝐣𝐨 𝐚𝐧𝐠𝐮𝐬𝐭𝐢𝐚𝐝𝐨 , 𝐬 ó 𝐥𝐨 𝐡𝐞 𝐧𝐨𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐩𝐮𝐧𝐳𝐚𝐝𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐞𝐬𝐭 ó 𝐦𝐚𝐠𝐨 𝐲 𝐞𝐥 𝐳𝐮𝐦𝐛𝐢𝐝𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐦𝐞 𝐝𝐞𝐣𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐮𝐥𝐚𝐫 𝐜𝐥𝐚𝐫𝐨𝐬 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐧𝐬𝐚𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 .   𝐒𝐨𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐩𝐞𝐧𝐢𝐭𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐢𝐫𝐫𝐞𝐝𝐞𝐧𝐭𝐚 . 𝐘𝐨 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢 é 𝐧 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐚𝐩𝐚𝐫𝐭𝐚𝐫 𝐝𝐞 𝐦 í 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐫𝐠𝐨 𝐜 á 𝐥𝐢𝐳 , 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐭𝐚𝐥 𝐯𝐞𝐳 𝐧𝐨 𝐦𝐞 𝐜𝐨𝐫𝐫𝐞𝐬𝐩𝐨𝐧𝐝𝐚 𝐧𝐢 𝐮𝐧 á 𝐩𝐢𝐜𝐞 𝐝𝐞 𝐦𝐢𝐬𝐞𝐫𝐢𝐜𝐨𝐫𝐝𝐢𝐚 . 𝐘 𝐚𝐪𝐮 í 𝐬𝐢𝐠𝐨 . 𝐍𝐨 𝐬 é 𝐬𝐢 𝐦𝐞 𝐝𝐞𝐯𝐨𝐫𝐚 𝐥𝐚 𝐚𝐧𝐠𝐮𝐬𝐭𝐢𝐚 𝐨 𝐬𝐢 𝐥𝐚 𝐝𝐞𝐯𝐨𝐫𝐨 𝐲𝐨 𝐚 𝐞𝐥𝐥𝐚 . 𝐌𝐞 𝐠𝐫𝐢𝐭𝐚 𝐥𝐚 𝐢𝐦𝐩𝐚𝐜𝐢𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐨...

Ciertos olores

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Hay olores que traen recuerdos vívidos, como si nunca hubiésemos dejado de percibirlos. Algunos me hacen sentir enferma, como el de la sopa de sobre que me recuerda a una charcutería en la que solía comprar mi madre y a una tarde en que volví del colegio con el estómago muy revuelto. Otros, sin embargo, son pedacitos de felicidad que vuelven a mí de vez en cuando para poner una sonrisa en mis labios. El olor a salitre, a hierba recién cortada, a barbacoa en el monte... el de la laca en la peluquería a la que acompañaba a mi madre cuando yo era pequeña... las ráfagas de cigarrillos rubios, las de marihuana... el olor dulce y tierno de un bebé, el olor intenso de una noche de sexo lujurioso... Y, sobre todo, el olor a Ducados y chicle de menta. El olor del chico del jersey verde. Hace un par de años me dio un vuelco el corazón cuando volví a olerlo, sabiendo como sabía que no era él. Ya nunca será él. Pero un simple chicle y un cigarro tienen y tendrán siempre el poder de conjurarlo. Co...

La casa de Amama

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Atxeta, 52. La casa de mi Amama, la casa de mi niñez. Nunca se me olvidaba bajar del cole a comer con ella, cuando mi madre no podía prepararme la comida a tiempo. Las horas que habré pasado jugando a disfrazarme con los camisones y los pañuelos de la cómoda de la habitación grande, la de las dos camitas... Desde el ventanuco, Amama veía la entrada y salida al barrio y nosotros bromeábamos llamándola "controladora aérea". Conocíamos cada palmo de la escalera de madera, que en los últimos tiempos me daba miedo, de lo vieja que estaba. Cada sitio en el que chirriaba, cada quemadura de cigarrillos. Aitite puso en su día un banquito bajo la ventana de la escalera, y desde allí arrancábamos los churretes de hielo que se hacían en el tejadillo en invierno, cuando en Bilbao de verdad hacía frío. Amama no tenía ducha, sólo un retrete, así que tocaba lavotearse en el fregadero de la cocina. Eso, si la vecina de abajo no ponía la lavadora y el agua llegaba bien a la buhardilla. Recuerd...