Las pastas de Santa Casilda
La Calle Mayor era una cuesta larga que tenía un empedrado romano, por el que pasaban los coches traqueteando y los chavales corríamos (cuesta abajo, eso sí), aun a riesgo de rompernos la crisma. Los jueves, día de Mercado, el tráfico estaba limitado en la Calle Mayor y había riadas de gente subiendo y bajando de una plaza a otra, casi todos por la calzada. Las señoras que llevaban tacones preferían las aceras, pero eran muy estrechas y los chavales las evitábamos como si quemasen. Nos encantaba empezar la subida desde Somovilla, que entonces tenía el muro del Convento de las monjas agustinas y un quiosco donde comprábamos chuches. Después vendría el hotel y la plaza cuadrada embaldosada en un blanco que resultaba cegador en los días soleados de verano. Dejando el Condestables y su enigmática armadura detrás, comenzábamos a subir la calle buscando los bazares, repletos de tesoros a nuestros ojos; uno al principio, otro a medio camino y el último después del Arco de la Cadena. Había all...